Prefacio


PREFACIO

 

Sobre la obra Recuéstate en mis ojos, de Luis Velásquez Reyes

Otoniel Natarén

 

Y en el principio la nada no era

«¡Intelijencia, dame el nombre esacto de las cosas!»

J. R. JIMÉNEZ

¡Ven, descansa, hazte partícipe de lo que yo veo! La imagen primicia de los seres terrenales. Miremos su rostro, sus características. El narcisismo asoma apenas, pero ahora surge revestido de mito nuevo.

Si las advertencias tienen validez más allá de su significado, tendríamos dos maneras de abordar este poemario; uno, con la vista alerta y fría, y otro, dejándose llevar por un nuevo propósito en las palabras conocidas, o en las construidas y propuestas, o en el reto a la puntuación como práctica del Vanguardismo con el tropiezo adrede, y la paradoja.

Si desde el dibujo de su portada el autor se anticipa en la metonimia de darse a entender antes que darse por explicado, lo que ahí concede es sorpresa, el deseo de ver y verse a sí mismo, desde esa experiencia que nos propone en un prólogo sin reservas de la creación fabulosa para abrir las puertas a sus versos.

Es así como nos acercamos a Recuéstate en mis ojos, en un afán de comprender antes que saber su llana intención, en un equilibrio con el autor y sus líneas.

 

La inclusión y el juego de palabras

El proceso lecto-escritor, o práctica clínica inducida, nos ayuda a entender mejor la alteración o juego entre palabras, y proposición de conceptos nuevos mediante este plan. El sonido de la palabra nos propone otro significado o alcance, y nos lleva sobre lo que otros autores (véase, Juan Ramón Jiménez y su obra) nos proponían.

El poeta nos da vueltas de tuerca sobre el estudio de las palabras, a su intención y significado, y donde ese proceso nos inclina también al aprendizaje inicial del individuo, agregando trazos e interpretaciones nuevas, o más ambiciosas.

Su poesía no solo le canta al vacío primitivo, sino a la comunicación con nuestra vitalidad más íntima o secreta hasta ahora; y desde el erotismo bíblico si se quiere buscar un cantar[1] inspirador.

Se abre una puerta a la crispación de los sentidos, la sensación mística en lo que vemos, respiración mística en lo que tentamos, la reivindicación del mito, sea este, mito griego, Fundación, Creación, el hombre que nace y ve con sus ojos y es testigo de una Gran Osa, de una Cruz del Sur, de esos mitos de otros escritores también devotos del mito,  y detrás de estos, otro símbolo: la mirada, gran reveladora de lo valioso, y he aquí que continúa el juego de las palabras como grandes afirmadoras.

 

Un catálogo más revelador; Ser, lo opuesto de la Nada

Entonces el diálogo de lo nimio ante la inmensidad, o la vuelta a lo primigenio, a lo creado, como una apelación a la reivindicación de lo religioso con el revestimiento de la deidad en la fundación del mundo, donde la creación se teje, lo lleno y lo vacío del mundo, con los hilos de la ilustración cristiana.

Ya en Panteísmo, un poema revelador de una vuelta a la semilla, al inicio de todo, encontramos además, testimonio y simbolismo diestro, artimaña gráfica en las palabras y en la construcción-alteración de estas, vacíos de letras para la confusión intencionada, y entrega de un puñado de descripciones limpias de los ambientes, con resonancias de antítesis, aliteración, para redondear el éxtasis, el diálogo, el mito, la creación y el espíritu.

Las constancias terrenales, que a su cuestionamiento sensorial develan la participación del sentido de la visión, el tacto, el sabor, el sonido.  El mito se agrega como una labor de sentencia y explicación en el autor; la creación y la definición del cuerpo más que del alma. Plantea la Nada[2] como principio, contraposición a la alusión que desde la nada ya lo aceptamos como elemento camuflado. «Principium», que del latín significa origen, y donde no se concibe la existencia del mundo sin dios, dado que todo existe de la nada, nada existe sin esto. La razón humana se reconforta en la búsqueda misma de lo humano: el Creador y lo Creado.

Aquí descansa una vertiente del planteamiento de lo semántico (lo que significan las palabras y sus relaciones), y que se sobrepone al Conductismo donde lo más importante lo conforma el significado de la palabra; donde antropólogo y psicólogo congeniarían en un solo símbolo que es a su vez muchos símbolos.

Si el inicio parece llenarnos de sensaciones darwinianas[3], el diálogo inmerso, íntimo, hacia nosotros mismos, hacia el interior como corriente incesante, recae en la confesión deliberada y religiosa de la creación, en el mito riguroso de la historia heredada, colapsos y reminiscencias de la resurrección y la continuidad incesante de la mitología. Eso da paso a la afirmación que nace de la contraposición misma a la idea que de la nada surge nada, o la consolidación de esta idea, donde la rememoración cristiana sucede al concepto filosófico, confesiones antropológicas[4], tesis sobre tesis donde el autor sostiene era yo platónico y abstracto, divagando en el planteamiento filosófico puro para dar con la catástrofe y posterior búsqueda del escape con la característica de la antítesis supra personal en traté de ser un “NO” y dejé de serlo.

La despersonalización o duplicidad y juez del Ser; la transformación de este en la palabra o verbo consigna un mensaje (porque yo era todavía EL SEGUIR), y los destellos y el tejido visual del poema, el movimiento, los sonidos, ecos de voces en el aire (congelados), de lo que el ojo es testigo mientras sucede, y sucede con la interpolación de la conjunción «y» abriendo los renglones a manera de una hermenéutica dilatada.

Antítesis como después antes proponen la sensación de la continuidad circular en que está envuelto el espíritu de este poema.

El mito de la caída, del destierro invernal, o renuncia al cielo, para descansar luego con arte sumario y pictórico en torno a la lucidez de la contemplación que lo resume todo en belleza y color, y nos propone apreciar a la mujer en un cuadro de Picasso, al otro en nosotros mismos, con reminiscencias del tiempo; un resumen de la metafísica donde se formaliza en ciencia alrededor del Ser, en tanto se consienta Ser todavía. El Ser, la naturaleza de las cosas, la filosofía de la existencia y su morfología, ya sea de raíz lingüística o biológica, atribuyéndola a su cosmos. Ser, lo opuesto de la Nada; es el choque de las teorías filosóficas, sean estas tempranas o tardías, sin remedio.


El instrumento es el ente frente a la Naturaleza

Donde está la materia, la menciona, y donde no está, la asume, y busca la purificación aristotélica[5] a manera de limpieza; más allá del amor carnal está el amor de la atmósfera con sus llamas y extremidades. La interioridad y el misticismo planetario es el mismo antojo del cuerpo, pero de manera aclaratoria, y de un éxtasis de asociación con el todo y sus secretos que no necesitan explicación, sino, abstracción absoluta, la especie misma de la purificación.

Luego la manifestación de la Tierra como ente alrededor del cual gira todo, en tanto es deidad, eco del eco Supremo. Y en esa búsqueda del inicio del ser, el creador y su creación, hay un preámbulo de opinión existencial, donde esta Tierra se transforma en mujer, y esta mujer en la voz misma de la Naturaleza a la cual defiende.

Sin ser elemento superfluo, el autor recurre a la sustitución del elemento antónimo establecido por una propuesta sobre la sintaxis y la pragmática (ej. inmemoria, inmirada, o al lleísmo con lléndote), provocando un nuevo reto al lenguaje más que a la historia donde estas palabras nacen; lo elige como recurso a una temática, por ejemplo, de aquel reclamo del amor que se vuelve contra quienes lo invocan, y esto también tiene su efecto en el tiempo; para el autor es una constante de método y forma, la nomenclatura larga, y habría que preguntarle también sobre la reticencia o reto al error en la forma de las palabras, donde es necesario estar despierto ante tales deconstrucciones. El juego deliberado de los tiempos en una sola oración técnica, Así como siempre antes, es la apertura al tiempo y la arena, símbolos borgianos[6] o de un Dalí surrealista; el tiempo y sus relojes.

Antes, hay un habitante en el interior, una brisa o espíritu que se comunica con extensiones humanas. El erotismo es participación espiritual entrañable y de participación cotidiana. Entrar aquí decide un grado físico de libertad y definición sensual, de contacto de los tejidos, y encanto relativo de lubricidad.

La expresión no se queda dentro del cuerpo, busca expansión, libertad; el paisaje y la tranquilidad invitan a la intimidad corporal, y su visión idílica solo se interrumpe con la transfiguración del humano con su entorno, con la naturaleza de lo creado ante su cosmos conocido. Participa este humano frente a su ambiente, con las explicaciones del humano sobre lo inexplicable y arcano. El amor explicado desde la actitud de los seres contemplativos, donde el paisaje se transforma en lo que sufre o condiciona el ojo que mira.

La naturaleza tiene su campo amplio en esta segunda parte del poemario; la acción de la tormenta tiene su eco en esa pintura de oscuridades y luces, en un cielo servido de dioses. La creación del mundo se explica con parábolas; la naturaleza tiene habla, las piedras, las raíces, la luz. Aquí el humano se transforma definitivamente en la naturaleza que lo rodea, habita sus pequeños cuerpos, a veces animales, a veces materia, pero materia viva.

El autor confiesa y hace honor a la Madre Naturaleza, una figura adoptada de los griegos y romanos, y de un culto posterior en la era medieval hasta nuestra actualidad, ya sea por significado o denominación mitológica que lo supera; esta deidad comparte una raíz mística, la unión de las cosas sagradas con lo humano, y todo lo que lo rodea representa espíritu eterno, ese estado de unión que es Uno y es Todo, tal como lo explicara San Agustín de Hipona sobre lo indivisible de Dios en nosotros, y el encuentro recíproco.

Esta manera de ver el mundo es raíz de una contemplación tan necesaria para explicar la existencia, con todos sus hechos religiosos y de ciencia, casi a razón del eterno retorno[7], pero no a la manera estricta de los estoicos, sino sintomático de la mística en todo sentido.



[1] Cantar de los cantares, libro del Antiguo Testamento hebreo (Biblia, Cantar de los Cantares de Salomón).

[2] Reminiscencias de Martin Heidegger, ¿Qué es metafísica?

[3] Charles Darwin, El origen de las especies.

[4] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra: «Tiempos hubo en que el alma despreciaba el cuerpo; y en aquel entonces este desprecio era lo supremo. Lo quería ella flaco, repugnante y raquítico. (…) ¡Ah!, pero esa alma era aún flaca, repugnante y raquítica; ¡y la crueldad era su voluptuosidad!»

[5] La Catarsis de Aristóteles.

[6] Jorge Luis Borges, El reloj de arena.

[7] Consúltese a Friedrich Nietzsche, donde plantea la repetición del mundo en la medida que se extingue para volver a crearse.


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